Tras una larga temporada fuera de órbita, en 2012, el año del fin del mundo, volvemos con más, más variados y mejores contenidos, e icluso con alguna nueva tontería.
No estamos aquí porque debamos, sino porque, como dijo Confucio, oír o leer sin reflexionar es una ocupación inútil.

domingo

¿Esperas a alguien cariño?

He retirado este relato momentáneamente mientras lo retoco. Debido a aspectos relacionados con el lenguaje html no se leían los diálogos. Disculpas a todo aquel que intentó leerlo y se quedó enrarecido si saber muy bien qué pasaba. Dentro de poco lo volveré a subir. Seguro que os gusta.

lunes

Vals rojo en Manhattan

Entró en el salón a oscuras y guiándose de su propia imagen mental de la habitación dio con el interruptor.
Un hombre desconocido, vestido con un pantalón gris claro y un jersey negro de cuello alto, reposaba reflexivamente en el butacón de espaldas a él, dirigiendo su mirada a través del gran ventanal del salón.

- Hola. ¿Quién eres?

El hombre, sin dejar de mirar al horizonte, con voz muy sosegada, respondió:

· Me conoces bien. Hace tiempo que te ando rondando.

La respuesta de aquel hombre le hizo cambiar el gesto. Tras un instante de silencio le dijo:

- Lo sé.
¿Qué es lo que quieres?

· También lo sabes. Llevarte conmigo.

- Aún es pronto, ¿no crees?
· Tal vez. Pero eso a mí no me preocupa demasiado.

- Entonces dime, ¿hay algo que pueda hacer?

· Sí.
- ¿Qué es?

· Café.
- ¿Café?

· Me apetece tomar un café. Sólo.

- De acuerdo. Pero antes respóndeme. ¿Nos queda mucho tiempo?

· No lo sé. Pero descuida, cuando llegue el momento, ambos lo sabremos.


James fue a la cocina a preparar café. A su vieja italiana la costaba abrirse, pero él ya sabía como hacer que ésta diera su brazo a torcer.
Tras unos minutos salió de la cocina y entró en el salón.

· Umm. Qué bien huele.
Siempre has sabido cómo se prepara un buen café.

- Sí. Es verdad.

Ambos permanecieron en silencio durante unos minutos.

· Dime James, ¿te gusta bailar?
- Bastante.

· Salsa, cumbia… Cuéntame, ¿qué música te gusta bailar?
- No lo se.
Depende del momento, del lugar…
Y también de con quién estés.

· ¿Con quién te gusta bailar James?
- ¡Ya basta de preguntas! Si alguien ha de dar respuestas aquí eres tú.
¡Venga! ¡Dímelo! ¿Qué es lo que he hecho mal?

· ¿Con quién te gusta bailar?
- ¡Basta! Me voy.

· Créeme. No irás a ninguna parte. Aún no.
- Dime de una vez lo que quieres.

· James. Relájate. He venido a ofrecerte un trato.

El joven James le miró fijamente en silencio ansiando oír algo esperanzador.

· Esta noche bailarás con María.
Sé que es con ella con quién te gusta bailar.
Tiene un largo y precioso vestido rojo. Dila que se lo ponga.
A media noche bailareis. Un vals.
Serán sus ojos los que me digan qué es lo que he de hacer contigo.

James permaneció callado un instante.

- Está bien, de acuerdo. Lo haré.

· Bien. Hasta pronto entonces.

- Adiós


FIN

El Señor Hostia

Me acuerdo de la primera vez que escuche la palabra ‘Donostia’, San Sebastián. Tenía unos diez años y estaba en clase de euskera. Unos cuantos alumnos estábamos interpretando un pequeño diálogo que aparecía en el libro de texto. El nombre de la capital guipuzcoana se repetía unas cuantas veces.

Mi poco dominio del idioma me permitía entender parte del diálogo y desentenderme del resto. Esto me descolocaba porque comprendía que unos amigos hablaban de algo, mientras aludían a un tal ‘Don Hostia’. La situación era algo confusa para mí. Mientras estábamos reproduciendo un diálogo aparentemente serio, hablábamos de un señor que bien podría ser interpretado por el mismísimo Bud Spencer.

Yo me encontraba a medio camino entre el intento de estar formal, porque yo era un chico formal (o por lo menos en clase), y soltarme a reir desenfrenadamente. Mientras tanto, puede que tal vez me ayudara a contenerme la extrañeza de pensar en cómo en uno de nuestros correctísimos libros se había utilizado un nombre con tales connotaciones hacia el personaje al que referenciaba.
Creo recordar que incluso por momentos estuve a punto de preguntar si de verdad estábamos hablando a cerca de un hombre llamado Señor Hostia y cuál era el motivo de que le apodaran así. Finalmente mi novato sentido común me impidió pronunciarme.

Estos pequeños recuerdos que, a pesar de no corresponderse a situaciones trascendentales de nuestra vida, nos vienen a la memoria de tanto en cuando, creo que son una pequeña bendición cotidiana. Gracias a ellos, aunque ni siquiera nos demos cuenta, podemos trasladarnos, si bien sólo sea por un pequeño instante, a un escondido, latente, lugar interior, en el que aún seguimos siendo ciertamente inocentes, y verdaderamente felices.

Hermosa

Siempre que pienso, pronuncio o escribo la palabra hermosa, pienso, pronuncio o escribo que la palabra hermosa es una hermosa palabra.