Tras una larga temporada fuera de órbita, en 2012, el año del fin del mundo, volvemos con más, más variados y mejores contenidos, e icluso con alguna nueva tontería.
No estamos aquí porque debamos, sino porque, como dijo Confucio, oír o leer sin reflexionar es una ocupación inútil.

miércoles

Entre Machado y Juan Bravo

Dedicado a Lydia, muy probablemente, mi primera lectora internacional


Hermoso escenario aquel donde confluyen el Clamores y el Eresma. Al pie de la Sierra de Guadarrama Juan Bravo mantiene aún vivo el espíritu de la revuelta comunera mientras el viento susurra al aire envolventes versos de Machado.

La ciudad de Segovia permite a sus visitantes acercarse a la viva muestra de la historia de Castilla. Cientos de callejas y callejones protegidos por una sólida muralla transportan al eterno caminante a otra época, a un tiempo pasado de esplendor arquitectónico, cultural y social.

Me será difícil poder olvidar la sensación que me invadió cuando contemplé por primera vez y a sus pies el majestuoso acueducto que recibe, a modo de gigantesca puerta construida por alguna divinidad, a los diminutos e insignificantes mortales que osamos a colarnos entre sus titánicas columnas de inalterable piedra.

Con la plaza del Azoguejo a la espalda, lugar donde el maestro asador e ilustre miembro de la perpetua ciudad castellana observa a los europeos y orientales fotógrafos del inmenso canal, uno se siente instado a subir por esa calle que se estrecha y adquiere altura del mismo modo que hacía uno a medida que transcurrían sus primeros años.

Habiendo dejado atrás el mirador que a algunos permite ver a La mujer muerta, así como el acecho imponente de la emblemática Casa de los picos, el espacio se abre para que nos reciba Juan Bravo mientras advierte con valentía al cardenal Adriano de Utrecht que las tropas realistas no serán bien recibidas en Segovia.

Los veinte metros de altitud que separan a Cándido del suelo de la Plaza Mayor no suponen una sino un sinfín de subidas y bajadas que describen una orografía urbana que no está dispuesta a dar tregua alguna a viajeros y ya acostumbrados residentes.
Entre el principal teatro de la ciudad y la Dama de las catedrales nos topamos de frente con el cabildo segoviano.
Habrá entonces que rodear la bella catedral para poder visualizar la escondida puerta principal, siempre a la sombra de su hermana lateral, que no es, ni mucho menos, tan hermosa y atractiva como ella, pero que sin embargo es la que acapara todo el protagonismo, dada su propicia orientación.

Incluso al más fuerte de los hombres le convendría, tanto por ocio y relax, como por labores propias del turismo culinario, hacer un pequeño receso en el camino para desairearse por los restaurantes y tasquinas de la conocida como Calle de los bares, que se abre tímidamente a través de una de las salidas de la siempre transitada plaza Mayor.
Patatas a los estilos varios, calamares, tortilla y una caña que, aunque de escueto tamaño, resulta gratamente refrescante en una Segovia seca, llena de cuestas y altibajos.


Una vez aliviado el gaznate nos encaminamos hacia la joya de la corona de la ciudad del lechón asado, el Alcázar; palacio que bien podría haber salido del baile de las manos de un dibujante al servicio del mítico Walt Disney. Un castillo de ensueño situado en una colina mágica que parece mirar al pasado y al presente con arrogancia. Una maravilla arquitectónica que de ser disfrutada desde la orilla del Eresma, muy por debajo del nivel de su suelo, es capaz de dejar a los peregrinos más que con la boca abierta, con una sonrisa biendibujada.

El trayecto no ha sido demasiado largo, sin embargo el caminante, dada la ardua tarea de observación, planificación, búsqueda y desplazamiento que ha llevado a cabo en una seguramente bastante grata jornada, bien merece disfrutar de la gastronomía local.
Pocos son los lugares con un plato típico con tanta fuerza y potencial turístico. Cierto es que incluso el rincón más aislado posee su producto o receta de culto que hace enorgullecer y alardear a los que se la descubrieron sus padres. No obstante, el cochinillo segoviano, como no podía ser de otra manera, asado al viejo horno de leña, supone un patrimonio cultural de tal valor, que hace mucho tiempo que se convirtió en un filón gastronómico por el que muchas localidades de la península suspirarían.

Las voces que hablan acerca del restaurante del mismo nombre que El maestro asador de Castilla se expanden y llegan hasta las últimas esquinas del país que acapara la mayor parte de la antigua Hispania. Aunque no es un fenómeno tan peculiar el hecho de que la fama no vaya de la mano de la mayor valía. No hay más que echar un vistazo atrás para comprobar que la historia está llena de grandes y conocidos nombres de varón, así como plagada de brillantes e increíbles mujeres condenadas al ostracismo histórico.

Un buen lechón asado es el objetivo y para lograrlo iremos a visitar a la mujer, aunque también posea nombre masculino, de Cándido; el Restaurante José María.
En el tradicionalmente decorado local del Señor José María, nos recibirá con buena predisposición y aún mejor atención su hijo.
Piel crujiente y una clara y suave carne, acompañadas por un buen Rivera del Duero, suponen un broche de oro para un viaje que no merece la pena demorar.

Nos alejamos de la ciudad atravesando las extensas llanuras de verde y marrón. Aún parece oírse el susurro que describe y enaltece los campos de Castilla. Mientras abandonamos el místico escenario, el rebelde comunero emblandece el bronce que esculpe su figura para romper contra el adoquinado un plato en nuestro honor.

Dejamos atrás un lugar de ensueño, una maravilla de la historia y del hombre. Miramos al cielo y seguimos la marcha hacia la gris rutina del hacendoso trabajador, esperando que algún otro buen día vuelva a ser rota por la amarilla y apacible luz de la eterna ciudad de Segovia.

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